BIOGRAFIA HARRIET TAYLOR MILL
BIOGRAFÍA HARRIET TAYLOR MILL
HARRIET TAYLOR nació en Londres en 1807 en el seno de una familia de clase media alta. La mala relación que tuvo con su autoritario padre pudo acelerar su matrimonio con John Taylor a los 18 años. Su marido era un hombre de negocios que perteneció a la Iglesia unitaria, muy tolerante con las ideas radicales y a favor de la igualdad de los derechos de las mujeres. La pareja tuvo dos hijos. Taylor conoció a su segundo marido, el filósofo y economista John Stuart Mill, en torno a 1830. Entablaron una profunda amistad que acabó en matrimonio en 1851, dos años después de fallecer John Taylor. La mala salud de la nueva pareja ensombreció su vida matrimonial porque ambos padecieron tuberculosis. Harriet Taylor murió en Aviñón en 1858 y John S. Mill compró una casa cercana al cementerio donde pasaría largas temporadas con su hijastra, Helen Taylor. Poco se sabe de la vida personal de esta feminista que reivindicó los derechos de las mujeres en la sociedad victoriana, aunque hay dos fuentes documentales directas. El Nobel de Economía Friedrich von Hayek —que publicó parte de su correspondencia personal entre ella y su segundo marido en 1951— resaltó el alcance de su figura, sus fuertes convicciones contrarias a las rancias costumbres de la época, que relegaban a las mujeres a desempeñar un papel secundario en la vida social y familiar. Parece que no tuvo una formación reglada, pero fue una mujer autodidacta y culta. Gracias a su segundo esposo tuvo mucha proyección social. El filósofo británico habló de ella en su libro Autobiografía (1873), donde señaló que Taylor participó directamente en la elaboración del ensayo Sobre la libertad (1859) y en el capítulo VII, del libro IV, de Principios de economía política (1848). Harriet Taylor solo había publicado dos ensayos breves y unos pocos poemas sueltos. En 1851 apareció el artículo ‘La liberación de las mujeres’ en la revista The Westminster Review, fundada por el filósofo radical Jeremy Bentham. Esta publicación contaba con firmas de mujeres sobresalientes como Mary Shelley. En el artículo, Taylor apostaba por frenar la tradición y la costumbre que asfixiaba a las mujeres, hablaba de la educación como el camino de la emancipación y defendía el derecho a votar y a ser elegidas. También trataba temas como el acceso al mercado de trabajo en condiciones de igualdad con los varones. A pesar de vivir en los años más dolorosos de la primera Revolución Industrial, ella fue optimista y tuvo confianza en que el futuro era favorable en la igualdad de derechos y libertades políticas y sociales para las mujeres.La conexión intelectual entre Taylor y Stuart Mill suscitó mucho interés por la deriva socialista que se introdujo en las sucesivas ediciones de la gran obra del economista, Principios de economía política, una obra heredera del pensamiento de la Escuela Clásica, cuyo maestro fue Adam Smith. Stuart Mill, influido por el pensamiento de ella, propuso complementar el crecimiento económico con medidas que introdujeran una distribución de rentas más equitativa, junto con el aumento de los salarios de los trabajadores, pero sin olvidar la producción en condiciones de competencia mercantil. Ambos concebían el deseo de avanzar hacia una sociedad más justa. La distribución de la riqueza era un propósito primordial. Esta teoría introduce una reflexión interesante sobre los objetivos de la política económica: ¿Sería más eficiente mejorar la igualdad para generar más riqueza? ¿Los aumentos de las rentas familiares pueden fomentar el emprendimiento y reforzar así la capacidad de inventar, producir y consumir de un país?Los cambios productivos de la industrialización en Gran Bretaña determinaron una nueva estructura económica y laboral que se concentraba en las urbes y que favoreció el nacimiento de los sindicatos. Los ciudadanos empezaron a reclamar el derecho a votar. Primero fueron los trabajadores cualificados con propiedades, que habían ascendido en la escala social, los que reclamaron su cuota de poder político en detrimento de las viejas oligarquías vinculadas a la propiedad de la tierra. La reforma parlamentaria de 1867 amplió el número y la base social del electorado. Como consecuencia, los representantes obreros tuvieron más opciones de entrar en el Parlamento, pero esta nueva ley seguía sin permitir el acceso a las mujeres. No lo consiguieron hasta 1918. Este proceso de transformación social abrió varios debates: las desigualdades derivadas del sistema productivo, el derecho al sufragio universal y la crítica a la esclavitud, que Stuart Mill consideraba moralmente reprobable y económicamente ruinosa. Por su parte, Taylor exigía terminar con la aristocracia del color y del sexo. Se preguntaba cómo era posible que en su país se hubiera ilegalizado la esclavitud y se estuviera tratando a todos los hombres como ciudadanos mientras no se había hecho nada por mejorar la situación de las mujeres.
También se mostraron críticos con la regulación matrimonial de la época —que no reconocía la igualdad de derechos de ambos sexos— y consideraron el divorcio como la solución para terminar con una deteriorada relación conyugal. Cuando ellos se casaron en 1851, hicieron una declaración formal en la que renunciaban al abuso de poder que dicha institución otorgaba al marido. La cuestión de la educación de las mujeres representaba un escollo principal en la carrera hacia su emancipación. Taylor trató este tema en el artículo publicado en The Westminster Review. Stuart Mill hizo lo propio en el libro El sometimiento de las mujeres (1869), un alegato contra la sociedad patriarcal tradicional. Ambos analizaron la educación desde dos perspectivas: una buena y otra mala. El aspecto positivo se basaba en que los estudios eran el acceso al conocimiento, el camino a la profesionalización y al mercado de trabajo. En general, era la forma de abrir las puertas hacia otras muchas reivindicaciones (acceder a las universidades y a profesiones liberales, aumentar los ingresos familiares, etcétera). Lo malo, según ellos, es que la educación había lastrado la evolución de las mujeres y se había utilizado como instrumento de dominación. Y, como decía Stuart Mill, se las enseñaba desde niñas a no tener iniciativa y a someterse a la voluntad de los demás.Para esta pareja no tenía sentido incapacitarlas para poder trabajar en profesiones respetables y bien remuneradas. Para ellos era igualmente inaceptable que no pudieran decidir por sí mismas sobre la gestión de sus patrimonios, sus propias vidas y las de sus hijos. Si realmente eran incapaces, decían, la propia competencia las dejaría fuera, y si eran capaces deberían tener ocasión de demostrarlo, porque la vocación natural de las mujeres no era exclusivamente el matrimonio y la maternidad. Consideraban una profunda injusticia excluir a la mitad de la humanidad de las profesiones lucrativas. Llegaron más lejos aun cuando afirmaron que la mayor parte de los varones no podían aceptar la idea de que sus compañeras fueran sus iguales. En lo que no estaban tan de acuerdo era en el rol que debía tener la mujer dentro del matrimonio: Taylor aceptaba la compatibilidad entre la vida personal y la laboral. Mill no. Para él, si estaban casadas debían centrarse en sus ocupaciones familiares.
Harriet Taylor fue una pionera reformadora social con ideas propias que influyó en el pensamiento de John S. Mill sobre cuestiones primordiales como la educación de las mujeres y su deseada incorporación al mercado de trabajo, el reconocimiento del divorcio o la propuesta de sistemas alternativos de distribución de rentas. La inglesa fue muy consciente de las dificultades del sexo femenino para avanzar en la tradicional sociedad victoriana y focalizó bien los aspectos esenciales de las reivindicaciones que debían (y podían) conseguirse.
También se mostraron críticos con la regulación matrimonial de la época —que no reconocía la igualdad de derechos de ambos sexos— y consideraron el divorcio como la solución para terminar con una deteriorada relación conyugal. Cuando ellos se casaron en 1851, hicieron una declaración formal en la que renunciaban al abuso de poder que dicha institución otorgaba al marido. La cuestión de la educación de las mujeres representaba un escollo principal en la carrera hacia su emancipación. Taylor trató este tema en el artículo publicado en The Westminster Review. Stuart Mill hizo lo propio en el libro El sometimiento de las mujeres (1869), un alegato contra la sociedad patriarcal tradicional. Ambos analizaron la educación desde dos perspectivas: una buena y otra mala. El aspecto positivo se basaba en que los estudios eran el acceso al conocimiento, el camino a la profesionalización y al mercado de trabajo. En general, era la forma de abrir las puertas hacia otras muchas reivindicaciones (acceder a las universidades y a profesiones liberales, aumentar los ingresos familiares, etcétera). Lo malo, según ellos, es que la educación había lastrado la evolución de las mujeres y se había utilizado como instrumento de dominación. Y, como decía Stuart Mill, se las enseñaba desde niñas a no tener iniciativa y a someterse a la voluntad de los demás.Para esta pareja no tenía sentido incapacitarlas para poder trabajar en profesiones respetables y bien remuneradas. Para ellos era igualmente inaceptable que no pudieran decidir por sí mismas sobre la gestión de sus patrimonios, sus propias vidas y las de sus hijos. Si realmente eran incapaces, decían, la propia competencia las dejaría fuera, y si eran capaces deberían tener ocasión de demostrarlo, porque la vocación natural de las mujeres no era exclusivamente el matrimonio y la maternidad. Consideraban una profunda injusticia excluir a la mitad de la humanidad de las profesiones lucrativas. Llegaron más lejos aun cuando afirmaron que la mayor parte de los varones no podían aceptar la idea de que sus compañeras fueran sus iguales. En lo que no estaban tan de acuerdo era en el rol que debía tener la mujer dentro del matrimonio: Taylor aceptaba la compatibilidad entre la vida personal y la laboral. Mill no. Para él, si estaban casadas debían centrarse en sus ocupaciones familiares.
Harriet Taylor fue una pionera reformadora social con ideas propias que influyó en el pensamiento de John S. Mill sobre cuestiones primordiales como la educación de las mujeres y su deseada incorporación al mercado de trabajo, el reconocimiento del divorcio o la propuesta de sistemas alternativos de distribución de rentas. La inglesa fue muy consciente de las dificultades del sexo femenino para avanzar en la tradicional sociedad victoriana y focalizó bien los aspectos esenciales de las reivindicaciones que debían (y podían) conseguirse.
MUY BIEN
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